Todo tiempo pasado fue mejor, reza el consabido refrán, y habida cuenta de que la nostalgia siempre ha tenido mala prensa, es un hecho que los despojos materiales pueden perecer. Aunque no así los humanos, como los que recupera en este artículo Edgardo Cozarinsky para calibrar una auténtica pasión porteña: el fervor por la decadencia, donde los modales y el habla siguen siendo hasta la fecha los gestos más elocuentes de la pertenencia de clase.
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