Desde hace muchas noches, la práctica del haiku –con sus tres versos de cinco, siete y cinco sílabas– ha obsesionado tanto a poetas del Oriente como a occidentales, encontrando en su métrica estricta y cadenciosa un componente idóneo para expresar la fugacidad de la vida. La eternidad de lo pasajero que se revela como un diálogo permanente con las sombras y la muerte.
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